diciembre 08, 2014

Los extremos del miedo



Los extremos del miedo


Aristóteles, desde hace más de 2000 años, entendía el actuar humano y como tendemos a la exageración tanto por ausencia como por exceso. Y es él quien habla del concepto del “justo medio” que no es más que la moderación en la vida del hombre. Si, moderación. Ni demasiado ni muy poco, porque no es sano, no es constructivo, y en caso muy concreto de las emociones, ambos extremos dañan a la persona que los “padece”.

Cuando el miedo debe existir sin ser cobardía

Cuando dejamos de tener miedo, dejamos de tener respeto por el peligro, y entonces dejamos de ver las amenazas reales que existen en nuestra realidad, poniéndonos aún en más peligro, qué paradoja, ¿no? Desdeñar al miedo, nos hace dejar de percibir ese instinto que nos dice que no entremos por esa calle, que no comamos esa comida, o que no digamos lo que estamos a punto de decir.

Hemos satanizado el miedo y lo hemos confundido con cobardía. Decía una de nuestras mamás en Facebook que le tenemos miedo al miedo. Y tiene razón. Estamos en un mundo tan lleno de posibilidades que todo parece gritarnos: “Just do it!”, si no haces algo, es porque tienes miedo… y si tienes miedo, eres un cobarde que no merece la oportunidad que la vida le presenta. ¿Ves que duros somos con nosotros y con los demás?

Confundimos la posibilidad de hacer algo con la obligación de hacerlo, sin cuestionarlo, “aventándonos”. Pero ¿y si no quieres aventarte? No porque seas cobarde sino porque “no te late”? El miedo bien educado, nos permite hacerle caso a esas “corazonadas” que nos frenan a hacer algo que podría ser peligroso: una mala inversión, una mala relación o una mala decisión. Todos los días tenemos esas corazonadas y créeme cuando te digo que les hagas caso.

Un documental de la BBC, “How Brain Works” explica de una manera muy interesante qué es la intuición. Lo resumiré así: las corazonadas y la intuición son un mecanismo del cerebro, en el que con una rapidez mucho mayor que las palabras pueden explicar, el cerebro analiza los componentes no verbales e incluso no racionales sino puramente sensoriales de la situación que estamos viviendo y toma una decisión. Es decir, aunque el organismo no sepa por qué, sabe lo que tiene que hacer. Así que la intuición no es más que tu inteligencia trabajando a mil revoluciones para decidir si tienes luz verde o luz roja. Hazle caso cuando esas corazonadas te digan que no, detente a analizarlo un momento, unas horas o hasta unos días antes de decidir. Te conviene.

Cuando el miedo no debe existir y se convierte en ansiedad

Todo va de la mano. La exigencia social de “Just do it!” nos genera la necesidad de aparentar que no tenemos miedo, que estamos muy cool, que las cosas fluyen para nosotros, que no nos preocupa, que confiamos en nuestra decisión o en que nuestra realidad es muy buena.

Pero aparentar, no es creer. Creerlo firmemente. Negamos que tenemos miedo, y mezclamos los cables del cerebro: si estás en peligro pero quieres aparentar que no… y el cuerpo se confunde. Sabe que hay situaciones de ansiedad pero como las niegas, aparecen de otras maneras, formas en las que tu cuerpo te dice que las cosas no son tan “cool” como tú piensas.

Te voy a contar una historia que te sonará familiar, para que veas lo que le haces a tu organismo cuando la ansiedad no se maneja bien:

Seguramente has escuchado la historia de Pedro y el lobo… un niño que grita “ahí viene el lobo!” y hace que todo el pueblo salga armado de piedras y palas para acabar con ese lobo que pone en riesgo su seguridad, sólo para encontrarse con Pedro doblado de la risa porque, una vez más, los engañó.
Pero claro, cuando realmente llega el lobo, ya nadie le cree y nadie sale a ayudarlo. (por algún motivo muy Disney, no sé qué pasa al final con Pedro… pero bueno, usen su imaginación).

Eso que hace Pedro es algo que muchos de nosotros le hacemos a nuestro organismo de dos maneras: le gritamos que TODO y TODOS son objeto de peligro, o le decimos que no se preocupe, que a pesar del peligro inminente, no pasa nada…

Entonces empezamos a producir la hormona del estrés, el cortisol, a niveles súper elevados… y de manera inconsciente le ordenamos al cuerpo que “sobre-reaccione” ante los estímulos peligrosos: no importa si son leves o muy fuertes, el organismo reacciona igual. ¡Pobre organismo, ¿no?! ¿¿cómo que no pasa nada?? ¿¿o cómo que siempre está pasando algo mortal??

Y ante tanta amenaza, empezamos a somatizar, a decir con nuestro cuerpo todo lo que nos angustia. Pero el cuerpo habla con sus órganos y es cuando nos empieza a dar migraña, gastritis, colitis nerviosa, nos mordemos las uñas y mi favorito, se nos cae el pelo… entre muchas otras reacciones. Pues claro! Si todo en la vida es el lobo, hay que estar preparados para responderle.

Tu justo medio

Si caemos en alguno de los dos extremos del miedo, nuestra vida, además de impráctica se vuelve muy difícil de ser vivida porque por un lado estamos en constante riesgo por pensar que los peligros no nos alcanzan, o por otro, en constante indecisión por no saber si lo que haremos nos pondrá en riesgo o no.

Por eso es tan importante educar el miedo, sin negarlo y sin darle una importancia excesiva que no le corresponde. En la siguiente y última entrega de este mes, hablaré un poco sobre cómo educarlo, pero por lo pronto, te dejo pensando esto: ¿qué tanto tu miedo está en el “justo medio” y qué puedes hacer para mejorar esa situación?





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